miércoles, 27 de abril de 2016

Gotita.

A veces se nos ocurren ideas que, importantes o no, desaparecen enseguida si no las afianzamos en un papel. Hoy me limitaré a atrapar esa gotita en estas líneas por si puede haber algo de cierto en ella.
Y es que me quedo pensando que tanto en facebook, como en los divertidos monólogos de la tele, como en las coñas que nos enviamos por whatsapp, como en algunos programas cotillas de buenas audiencias... hay un elemento sospechosamente común: todos ellos se fundamentan casi siempre en el desprestigio del vecino. Monólogo de las madres pesadas, coña sobre el último imbécil que nos ha molestado en el trabajo, intimidades ajenas contadas en un plató, y así un largo etcétera. 
¿Por qué nos fijamos tan poco en quienes manejan los hilos a nivel macro? Ellos salen bastante indemnes y, aunque cada vez sus movimientos pasan menos desapercibidos, las críticas que reciben son en menor proporción, a tenor de la importancia y a veces gravedad de sus actos, que las que llegan al don fulanito con el que nos cruzamos día a día.
Vaya, que aunque el humor es necesario y no digo que sea inadecuado, cuando escucho risas sobre uno de nosotros, me puedo reír pero recordando la presente reflexión...

sábado, 12 de marzo de 2016

Mi vida paralela.


Dicen que una decisión tomada es una decisión abandonada, pues nunca sabremos qué habría sido de nosotros en caso de haber seguido otro camino.
No es mi caso. Elegí dedicarme a la docencia, pero sé que habría sido feliz estudiando Biblioteconomía y viviendo entre libros. Lo sé porque ese otro destino mío me saluda a menudo y me rodeo de estanterías de papel varias veces a la semana. Así me concentro, estudio, hojeo y me siento bien.
Es una forma cotidiana de vislumbrar ese otro yo de mi otra dimensión.

sábado, 5 de diciembre de 2015

La alteridad en educación.

Aunque el título de este artículo pueda hacer pensar el lector que me propongo divagar sin fin sobre un mundo tan extenso (y en el que casi cualquiera se siente capaz de opinar) como el de la educación, me voy a limitar a un ejemplo personal y particular que me llevará bastante pocas palabras.
Es pronto para echar las campanas al vuelo, ya que el barco se puede hundir en cualquier momento; sin embargo, el barco zarpó hace casi tres meses y sigue navegando, lo cual no es poco. Hablo de las clases de árabe a las que asisto. 
Hace unos años me apunté, por afán de aprender un idioma muy distinto al español, a clases de japonés, La razón por la que lo abandoné y me "resigné" a estudiar portugués (idioma que terminó gustándome mucho) fue porque asistir a las clases consistía en conocer decenas de palabras nuevas, estudiar y repasar ciento ochenta símbolos básicos (el hiragana y el katakana) e ir conociendo una gramática que parecía poco complicada. Es decir, las dificultades esenciales eran memorísticas, y ni disfruto de una memoria excelente ni encuentro placer en pasar cinco o seis años de mi vida tratando de memorizar cosas como misión primordial; tengo otro concepto del aprendizaje de un idioma. La profesora que me tocó influyó en parte, enseguida iré a ello.
Recientemente, precisamente tras terminar las clases de portugués (terminar es un decir, pero en Zaragoza solamente se puede aspirar a encontrar clases regladas hasta el nivel B1), barajé varias nuevas posibilidades y, poco convencido, acabé por escoger el árabe. Poco convencido porque se trata de un idioma complejo, muy distinto y supuse que haría aguas como había sucedido con el japonés.
Pero ha habido una diferencia fundamental. Por un lado, el idioma utiliza en esencia veintinueve letras; no son ciento ochenta (más miles de kanjis) como el japonés. Por otro, la profesora tiene fundamentalmente sentido común. En clase se van trabajando las letras, su caligrafía, después algunas palabras, el vocabulario, traducción de un idioma a otro, pronunciación, aspectos culturales... a un ritmo dosificado, medido, que tiene presente el bofetón cerebral que una lengua tan diferente representa para el estudiante. 
A pesar de ello, hay que ir a clase sin falta y ser exquisitamente constante estudiando y repasando el vocabulario, ya que cuesta retener cada palabra y se debe aprender no solamente cómo se dice sino su escritura, ya que una cosa ayuda a la otra. 
Mi reflexión quiere destacar el hecho de que, así como la profesora de japonés se limitaba a mostrar el significado de nuevas palabras y repetir las cosas a través de ejercicios mecánicos, en el caso de la de árabe las actividades son más variadas, el ritmo de avance en los aspectos del idioma y la cantidad de vocabulario está medido para disminuir la probabilidad de que el aprendiz se sature y todo ello, por ahora, es lo que está consiguiendo que el poco tiempo que yo me auguraba en clases de árabe haya sido un pronóstico errado. 
Como ya sabíamos, las propuestas del profesor, su modo de mostrar lo que enseña, influye decisivamente en el aprendizaje de sus estudiantes.




martes, 20 de octubre de 2015

El museo de los sueños.

Trabajo en un colegio público bilingüe. Cuando sucedió lo que paso a contar, era tutor de 1º de primaria, lo que significa que impartía a mis alumnos las áreas de matemáticas, de lengua y de Science y apoyaba en el área de Literacy.
Mis compañeras de nivel y yo estábamos creando material propio. Es decir, queríamos salirnos un poco de la dictadura del libro de texto (que mantiene su poder porque, ¡qué raro!, poderoso caballero es Don Dinero) y jugamos a, respetando como no puede ser de otro modo los contenidos a impartir en el curso, inventar sesiones con material propio que hilvanasen tales contenidos y diesen más sentido a su tratamiento en el aula.
En ello estábamos cuando un hecho normal me ayudó en dicho proceso creativo. Un día fui al baño de mi planta y encontré que alguien había dejado un rollo de papel higiénico vacío cuidadosamente apoyado sobre la cisterna. Pensé en la vagancia que el rollo representaba y no le di más importancia al hecho; tampoco lo moví de su sitio, quizá por la misma razón que esa persona anónima o por prisa, elemento lamentablemente muy presente en el día a día del maestro. 
Al día siguiente, en el cuarto de baño, el rollo proseguía allí. Me tronchaba de imaginar cuántas personas visitábamos aquel lugar y el modo feliz en que no osábamos verterlo a la papelera que estaba junto al lavabo. Y así pasaron dos, tres, cinco días...
Mi sentido del humor sarcástico, o inefable, halló un punto al que dirigir su energía. Encontré un hueco (muy al estilo, insisto, de los maestros, que a menudo comen corrigiendo exámenes o se coordinan entre ellos por medios virtuales) para mostrar mi encanto y diversión: elaboré una ficha que imitaba las de los museos y en ella incluí el tamaño del rollo, el material del que estaba hecho, el año en que fue elaborado, su autor y finalmente el significado que aquella obra de arte nueva poseía. Con un poquito de celofán la coloqué en su sitio y allí estuvo unos días hasta que quien fuese la llevó por fin a su lugar.
Una compañera, pasados unos días, me comentó que había visto la ficha. "Te agradezco el detalle, porque me ha hecho pensar que podría elaborar fichas así con mis alumnos de quinto curso". ¡Toma ya! Una chorradilla graciosa acababa de inspirar a alguien en su trabajo. Sin duda, pensé, la chispa de la creatividad y de la motivación nace de modos inesperados.
Lo mejor de todo es que la carambola me benefició: consideré, un rato después, que mi compañera tenía razón y que se podía sacar partido pedagógico de aquello.
Y de golpe y porrazo, como no puede ser de otro modo cuando el rayo mágico cae sobre nosotros, nació El museo de los sueños: mis alumnos crearían sus propias obras de arte, así como su ficha explicativa, y para que estuvieran motivados sus papás irían al aula a verlas al final de tal unidad didáctica. Además, para no ser exclusivamente un proceso artístico, me inventaría, me inventé, una especie de cuento o narración que cada día avanzaba: trataba sobre unos niños que eran mágicamente transportados a un extraño museo y... (Hay que ser mi alumno para saber lo que sucede, lo siento, es secreto). Por supuesto, tanto en el camino al museo como dentro de él habría viajes en vagoneta que requerían hacer cálculos matemáticos, instrucciones relacionadas con estilos pictóricos, búsqueda de información para desenmascarar a ciertos personajes...
Gracias, individuo anónimo, por ser tan perezoso. 

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Sobre libros (I)

Hace bastantes años, cuando seguramente leía más que ahora (y eso que tampoco me puedo quejar, pues consigo superar la barrera tremenda de internet, el móvil y la televisión y la media nacional de lectura), llegué a una conclusión personal: prefería leer no ficción a ficción.
Cuando uno lee no ficción, por ejemplo un libro sobre un episodio histórico o un ensayo de divulgación científica sencillo, está abriendo su mente a realidades de las que puede aprender y que pueden llevarle a nuevos conocimientos, de un modo más o menos directo. Sin embargo, la ficción, que cumple su misión y es también interesante, tiene una cierta limitación en tanto que lo que cuenta es mentira, es fantasía. Leer de continuo novelas, por ejemplo, entretiene, quizá emociona, pero una vez las tapas del libro son cerradas, queda poco más que el rato que se ha pasado leyendo.
Y yo leía y leía por tanto no ficción. Aún a día de hoy sigo manteniendo este modo de pensar.

Pero llega la contradicción. Pongo un ejemplo archiconocido para quienes conocen algunas de mis preferencias literarias. Hace años leí todas las novelas de Agatha Christie y son un ejemplo perfecto de cuánto disfruté con algunas de sus mejores historias: sorprendiéndome de cuánto atrapaban, maravillándome con la habilidad de la escritora para encontrar interpretaciones inesperadas a los hechos y dejándome con la sensación de haber sido engañado, de no haber descubierto al asesino ni por asomo. 
Y bien, sus novelas son ficción, así que, ¿dónde quedaban mis argumentos? ¿Podía dejar de pensar en sus libros y en la posibilidad de encontrar historias tan atractivas como las suyas? ¿No era tan importante para mí el hecho de posar mis ojos sobre textos que hablasen de realidades?

De ese modo, me planteé que, después de todo, la ficción quizá cubría un margen de la realidad humana: la creatividad, la imaginación, la emoción, lo etéreo, el placer. Sin dejar de abandonar completamente mis razonamientos iniciales, procuré acercarme más a menudo a la ficción literaria, siendo uno de los pasos el animar a varias amigas a encontrarnos con cierta regularidad para hablar de un mismo libro. Nació así un improvisado miniclub de lectura que se llamó Cuatro Gatos y del que, aunque tan efímero en su duración como la literatura en el impacto que suele ejercer sobre mí, guardo un buen recuerdo. 

No sé si fue desde entonces, creo que sí, que tomé la costumbre de leer novelas con mucha más frecuencia, y quienes seguís mis lecturas, por ejemplo en el blog en el que las comento (www.librosprosaicos.blogspot.com.es), podéis dar fe de ello.

                                     

sábado, 26 de septiembre de 2015

El agua y yo.

Parece que últimamente el agua me invita a pensar, así que os hablo de ella.
En verano viajé a Brasil. Medio por casualidad pensé en la posibilidad de reservar un apartamento, y no una habitación de hostal como de costumbre. Se lo comenté a mi compañero de viaje y le pareció bien, pues llegábamos a Río de Janeiro a las seis de la mañana, hora a la que tener una habitación ya disponible es poco probable salvo que se esté dispuesto a pagar la noche por esas pocas horas. Mediante una web brasileña poco práctica conseguimos la reserva en una calle peatonal a apenas cinco minutos de la playa de Copacabana.
Se trataba de un piso antiguo de techos altos, una quinta planta. No había calefacción ni ventilador, ni nos hizo falta. Pero tampoco funcionaba el calentador. Eso nos obligó a calentar el agua en la cocina de gas y, con la ayuda de una pequeña jarrita, arreglárnoslas para disfrutar de nuestro necesario aseo diario.
De haberse tratado de un invierno frío (era invierno en Brasil, pero risa da a un español decir que aquello es invierno), la situación no habría tenido maldita la gracia. Yo puedo ser muy caluroso, pero cuando llega el momento de tocar el agua, soy más friolero que nadie. El caso es que la temperatura era agradable, por lo que darse una ducha, o baño, o el nombre que ese lavado improvisado pueda recibir, tuvo cierto encanto.
Lo que me llamó mucho la atención es imaginar que durante miles y miles de años, excepto por la temperatura del agua, los seres humanos nos debimos de asear así (cuando nos aseábamos): un recipiente, alguna esponja con un poco de suerte, jabón o algo similar cuando lo hubiere y poco más. Sin duda, lo más destacable es que con los pocos litros que vertía en una olla o en un cazo me sobraba. Ahí me di cuenta de que, por mucho que todos tengamos ducha o bañera y parezca la cosa más normal, desperdiciamos agua cada día de un modo abrumador. Incluso si estamos bajo la ducha el tiempo mínimo necesario para enjabonarnos y aclararnos.
Qué duda cabe de que, una vez regresé a mi casa, no me dediqué a servirme de un cazo para mi aseo diario. Es casi imposible tener una ducha y resistirse a usarla, con lo sencillo que es abrir un grifo que además está conectado a un calentador. Sin embargo, repito que el hábito de la ducha, por extendido que esté, me sigue pareciendo un desperdicio.
Por si se me olvidaba la aventura acuática brasileña, en el piso tercero de mi edificio una tubería se decidió a partirse en dos, así que cuando un chorro empezó a caer por la pared del patio de vecinos hubo que cerrar la llave general. La vida, el universo, o lo que fuere, se empeñaba en que usásemos menos agua. Y se empeñaba duro, pues el piso desde el que se escapaba estaba vacío, su dueño medio desaparecido por impagos y hubo que hablar con abogados para conseguir el permiso que le abriese el camino legalmente a un fontanero. Fueron, por tanto, cinco días de sequía durante los que solamente abríamos la llave general del agua un par de horas diarias y con eso debíamos tener suficiente.

En fin, ya he hablado del agua. Podría quizá otro día hablar del plástico, y en ambos casos estaría ejerciendo, con toda probabilidad, de futurólogo…